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LOS GUARDIANES DEL TIEMPO

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Yeardley
Captain

PostPosted: Thu Jun 08, 2006 12:29 am
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PostPosted: Thu Jun 08, 2006 12:30 am
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Yeardley
Captain


mijita

PostPosted: Thu Jun 08, 2006 8:59 am
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PostPosted: Thu Jun 15, 2006 1:52 am
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Yeardley
Captain


Yeardley
Captain

PostPosted: Thu Jun 22, 2006 10:51 pm
El Canancol
Cuénteme, don Nico: ¿por qué pone ese muñeco con esa piedra en la mano en medio de su milpa?, pregunté un día a un ancianito agricultor.
Su cara se animó con una sonrisa de niño, en tanto que me contestaba: Sé que usted no cree, pero le diré: soy pobre, muy pobre y no tengo quien me ayude a cuidar la milpa, pues casi siempre cuando llega la cosecha, me roban el fruto de mis esfuerzos. Este muñeco que ve no es un muñeco común; es algo más; cuando llega la noche toma fuerzas y ronda por todo el sembrado; es mi sirviente... Se llama Canancol y es parte mía, pues lleva mi sangre. El sólo me obedece a mí... soy su amo.

Don Nico siguió diciendo: Después de la quema de la milpa se trazan en ella dos diagonales para señalar el centro; se orienta la milpa del lado de Lakín (Oriente) y la entrada queda en esa dirección. Terminado esto, que siempre tiene que hacerlo un men (hechicero) se toma la cera necesaria de nueve colmenas, el tanto justo para recubrir el canancol, que tendrá un tamaño relacionado con la extensión de la milpa. Después de fabricado el muñeco, se le colocan los ojos, que son dos frijoles; sus dientes son maíces y sus uñas, ibes (frijoles blancos); se viste con holoch (brácteas que cubren las mazorcas). El canancol estará sentado sobre nueve trozos de yuca. Cada vez que el brujo ponga uno de aquellos órganos al muñeco, llamará a los cuatro vientos buenos y les rogará que sean benévolos con (aquí se dice el nombre del amo de la milpa), y le dirá, además, que es lo único con que cuenta para alimentar a sus hijos. Terminado el rito, el muñeco es ensalmado con hierbas y presentado al dios Sol y dado en ofrenda al dios de la lluvia; se queman hierbas de olor y anís y se mantiene el fuego sagrado por espacio de una hora; mientras tanto, el brujo reparte entre los concurrentes balché , que es un aguardiente muy embriagante, con el fin de que los humanos no se den cuenta de la bajada de los dioses a la tierra. Esta es cosa que sólo el men ve.

La ceremonia debe llevarse a efecto cuando el sol está en el medio cielo. Al llegar esta hora, el brujo da una cortada al dedo meñique del amo de la milpa, la exprime y deja caer nueve gotas de sangre en un agujero practicado en la mano derecha del muñeco, agujero que llega hasta el codo.

El men cierra el orificio de la mano del muñeco, y con voz imperativa y gesticulando a más no poder, dice a éste: Hoy comienza tu vida. Este (señalando al dueño), es tu señor y amo. Obediencia, canancol, obediencia... Que los dioses te castigarán si no cumples. Esta milpa es tuya. Debes castigar al intruso y al ladrón. Aquí está tu arma. Y en el acto coloca en la mano derecha del muñeco una piedra.

Durante la quema y el crecimiento de la milpa el canancol está cubierto con palmas de huano; pero cuando el fruto comienza a despuntar, se descubre... y cuenta la gente sencilla que el travieso o ladrón que trate de robar recibe pedradas mortales. Es por lo que en las milpas donde hay canancoles nunca roban nada.

Es tan firme esta creencia, que si por aquella época y lugar se encuentra herido algún animal, se culpa al canancol.

El dueño, al llegar a la milpa, toma sus precauciones y antes de entrar le silba tres veces, señal convenida; despacio se aproxima al muñeco y le quita la piedra de la mano; trabaja todo el día, y al caer la noche, vuelve a colocar la piedra en la mano del canancol, y al salir silba de nuevo. Cuando cae la noche, el canancol recorre el sembrado y hay quien asegura que para entretenerse, silba como el venado.

Después de la cosecha se hace un hanincol (comida de milpa) en honor del canancol; terminada la ceremonia se derrite el muñeco y la cera se utiliza para hacer velas, que se queman ya en el altar pagano, ya en el altar cristiano.

Y calló el viejecito después de haber hablado con acento de creyente perfecto.
 
PostPosted: Mon Jun 26, 2006 1:34 am
El Hanincol

Mucho tiempo perdí tratando de concurrir a una ceremonia india, a una hanincol (comida de milpa) que hacen los mayas con el objeto, unas veces, de agradar a los dioses, y otras, de desagraviarlos. Había rogado a los hechicero que me permitieran la entrada, pero todos se habían negado porque yo también me había negado a que me santiguaran: (santiguar es someter a una persona a ciertos baños, con hierbas, hechicerías, etc.) En las ceremonias de las comidas de milpa se admite a mujeres cuando se va repartir el alimento. Al fin me resolví a todo y lo comuniqué al men. Así fue como logré concurrir a la comida. Y ahora les narraré lo que ví; lo que oí no, pues fue todo en maya, idioma que no entiendo.
La ceremonia se hizo en un pueblo llamado San Juan Bautista Sahcabchén o Alto Sahcabchén, por estar ubicado en la cresta de un cerro de roca viva.

El maestro de la escuela, un joven llamado Mario Flores Barrera, me avisó con anticipación; llena de alegría caminé a caballo toda la noche en que la Luna plateaba los árboles y alumbraba el camino.

Llegué al amanecer. Allá arriba estaba el pueblo. Subí a él, llamé a una puerta y al punto asomó su risueña cara el maestro, que me saludó.

Hoy será la fiesta, me dijo con acento de satisfacción. Nos desayunamos con pan y café y luego me llevó a la casa del men, quien me recibió solícito, pero desconfiado.
¿Está resuelta a le santigüen?, me preguntó.
El maestro me miró, incrédulo de que pudiera aceptar eso.

Sí le respondí, y en pocos minutos quedé santiguada y oliendo a romero y ruda.

Salimos los tres y nos sentamos en el brocal de un pozo, y el hechicero contestó así mi interrogatorio.
-¿Por qué harán el hanincol?
-Para desagraviar a los dioses.

El dueño de la milpa que se ha de sembrar tiene un hijo enfermo, señal del disgusto de del Nohoch-Tat (Gran Señor).

Luego me enseñó varias palabras mayas, el nombre de los vientos, etc., para que pudiera entender, y me llevó a la casa donde el muchacho estaba enfermo.
¿Quiere verlo?, me dijo. Sí le respondí.
En una hamaca estaba el joven calenturiento. El men le preguntó por su salud, y él casi no contestó. Su ánimo estaba caído más que por la fiebre, por el temor de que le hubiera castigado el dueño del monte. El men sacó de su morral un bollo de pozole lleno de moho que de amarillo pasa a verde. Lo mezcló con agua, lo endulzó con miel y se lo dio al enfermo.

Las mujeres de la casa, durante la noche, mojan maíz y lo muelen en metates para hacer una bebida refrescante llamada sacab. Este se reparte entre los que van a asistir a la ceremonia.

En la ocasión a que me refiero me dieron una ración, por la cual me sentí invitada. Marchamos luego a la ceremonia o que diga, adonde iba a efectuarse.

El dueño de la sementera y sus trabajadores estaban ocupados. Unos abrían una fosa en la tierra; otros, en grandes calderos cocían maíz, frijol y tostaban semillas de calabaza, que molían luego para formar una masa de estos tres productos, la cual recogían en bolas.

Teniendo ya las bolas sobre hojas de roble o plátano, se extiende primero la masa de maíz haciendo una tortilla grande y se forma una de semilla de calabaza: luego, una de frijol, y así sucesivamente, hasta llegar a nueve.

Estos huahes (panes) se envuelven en las mismas hojas; uno de ellos es más grande que los otros. Mientras esto se lleva a efecto, en la fosa abierta se ha colocado gran cantidad de leña , que arde y calienta casi hasta calcinar algunas piedras grandes. Por otro lado, en ollas también grandes se cuecen pavos y gallinas, y en un caldero se hace el cool (atole salado). En un caldero se pone el caldo de gallina y pavos, destinado a preparar el chocó; (caliente).

El men, con toda parsimonia, toma dos velas que enciende, y, seguido de unos hombres que llevan en tablas los huanes (panes) y de todos los invitados, llega a la ardiente fosa. Y dice así: lakín-ik, xikín-ik, nohol-ik, xamán-can (vientos del oriente, del poniente, del sur y del norte; sed benévolos). Luego hace mil contorsiones, brinca de un lado para otro de la fosa, saca con las manos, del fuego, las candentes piedras, y sólo deja unas en el fondo, sobre las cuales se colocan los panes. Las piedras extraídas se acomodan encima y se recubre la fosa con tierra y gajos de roble.

Retornan el brujo y su comitiva al lugar primitivo, donde se ha colocado una mesa, que tiene encima una cruz cristiana, tres velas grandes, tres medianas y tres chicas. También hay incienso, rudas, albahacas, flores, dulces, cigarrillos, etc.

Se han llevado ala mesa los pavos y las gallinas condimentadas y cocidas. Debajo de la mesa está el gran caldero de cool, el jugo de gallina y pavos, etc.

El men parece perder su personalidad de hombre, y en medio de gesticulaciones y contorsiones, conjura a los vientos malos y llama a los buenos; levanta en sus manos las ramas de albahaca y ruda, y blandiendo la cruz cristiana aleja a los vientos malos. como regalo a los buenos arroja a los cuatro vientos jicaradas de miel y balché. Luego cae en éxtasis, oculta su rostro entre las manos, y tomando enseguida el inciensario, marcha hacia la fosa; al llegar a ésta levanta aquél al cielo y muchas manos de hombres destapan la fosa, de donde extraen los huanes.

Todas caminan hacia la mesa y el brujo cierra la procesión.

El pan más grande es el que se pone en una mesita aparte. Apenas desenvuelto, muchas manos arrancan trozos, hirvientes aún y los depositan en el caldo de pavos y gallinas, donde otras manos lo baten y disuelven. Así se prepara el chocó . Terminado esto, el men reparte entre los concurrentes balché en jicaritas. Hay que tomarlo, pues es malo tirarlo o despreciarlo.

Luego el hechicero da a cada persona presente un cigarro gigante, al que debe darse dos o tres fumadas. Esos cigarros son recogidos por un brujo en hojas de almendro o higuerilla, con el fin de que sus manos no los toquen, los lleva ala mesa y los riega con brebajes. Inmediatamente se toma a todos los niños que han asistido a la ceremonia y se les pone de rodillas, con las manos cruzadas sobre el pecho.El men les da balché dulce, chocó , cool, dulces, trozos de pavos, pero todo en la boca. (Los niños representan a los aluxes, y el men les da de comer con la mano, ellos no pueden tocar nada con las manos). Terminada esa comida, se aleja a los niños, y con una jícara grande se pone una buena ración de todo lo que hay, de lo mejor, un gran trozo de pan y los cigarros, todo lo cual toma el men pues es la ofrenda destinada al Nohoch-Tat (padre o dueño del monte). El hechicero llega a la fosa y en el centro de ella coloca la jícara grande y todo lo demás.

A una señal del men la fosa es cubierta de tierra y casi ni queda señal de ella. Se cree que durante la noche el dueño del bosque tiene allá su banquete, y que sus hijos, los aluxes le hacen compañía y fuman en rueda sus cigarros.

Cuando el men vuelve al lugar de la comida, todo se transforma en fiesta, se reparte lo que aún queda, se da al dueño de la milpa, a sus hijos y trabajadores, de todo lo que hay, y luego a los visitantes. Esta es ya la comida terrenal. Todos comen, todos beben. El men viene a mí con una pierna de pavo en la mano y me dice: ¿No come?, y me trae un trozo de muslo de pavo.

Yo estaba sentada en una hamaca suspendida en medio de dos árboles, especialmente para mí, frente a la mesa de la ceremonia. Era tal mi proximidad a la mesa, que materialmente estaba bañada en miel y balché, pues me salpicó el men cuando arrojó esos líquidos al aire.

Terminó la ceremonia -me dijo el men-. El enfermo está curado.

Entre los comensales vi a Pedro, que comía y reía con mucha gana.

Pedro -dijo el men- ven aquí, pues quería demostrarme su poder. El muchacho obedeció la orden. Ya no tenía calentura y había recobrado la salud.

En ese momento di la razón al men y al enfermo. Estaba curado. Había que reconocerlo.

Mas luego pensé que ese hombre sagaz aprovechaba la ignorancia y fe de los descendientes de los xius y cocomes.

Me retiré pensativa. Soy una de los que creen que lo más de los indios mayas no padecen ciertas enfermedades gracias a que ingieren frecuentemente, las dosis de penicilina que se encuentran en el moho del pozole, que siempre comen con sal en sus milpas.

¿Se curó el muchacho? ¿Sería por el favor de los dioses o por la acción de la medicina que le dio el men en el pozole?

Tal vez ni el hechicero lo sepa. Tal pensaba yo después de la peregrina ceremonia que me dejó la impresión de un sueño fantástico.
 

Yeardley
Captain


gineth

PostPosted: Mon Jun 26, 2006 10:33 pm
Leyenda de Iztarú

Iztarú, hija del cacique de Coo, fue llevada a la cima del volcán y ofrendada en sacrificio ante su dios, para detener la furia del Cacique de Guarco, Gran Señor de Purrupura.

La leyenda dice: Iztarú, hija de Coo, hizo estallar la tierra, y con ella a toda la gran montaña... y todos los pueblos de todos los confines de Nolpopocayán (América Central) sintieron la furia de Iztarú.

Entonces Guarco, el Gran Guarco lloró, al ver sus tierras cubiertas de ceniza mientras su población nadaba en el lodazal.

Guarco prometió y cumplió la paz. En tierras de Coo se sintió un simple temblor de tierra. La vida siempre floreció en Aquitava, Churruca, Chicagres y Chumazara en Tatiscú.

 
PostPosted: Mon Jun 26, 2006 10:38 pm
Rincón de la Vieja

Esta es una encantadora leyenda que explica el origen del nombre del volcán Rincón de la Vieja.

La princesa Curabanda se enamoró de Mixcoac, jefe de una tribú enemiga vecina. Cuando su padre, Curabande, se dió cuenta de la relación, capturó a Mixcoac y lo lanzó dentro del crater del volcán. Curabanda se fue a vivir a un lado del volcán y dió a luz un hijo. Para permitir que el hijo estuviera con su padre, ella también lo lanzó dentro del volcán.

Por el resto der su vida, Curubanda vivió cerca del volcán y llegó a ser una poderosa curandera. La gente se refería a su casa como el "Rincón de le Vieja". Desde entonces el volcán lleva ese nombre.

 

gineth


gineth

PostPosted: Thu Jul 06, 2006 11:35 am
La Campana "Susana" (Leyenda Española)

(Gerona)

En el año 1810, Gerona, a pesar de su heroica resistencia, había caído en manos de los franceses. La mayor parte de la guarnición que quedó vigilando a la población civil, se sentía muy insegura. Los gerundenses no permitían que les fuera fácil la vida y hacían todo lo posible por zafarse del invasor, acosándoles de mil maneras.

Una noche, los ánimos estaban particularmente encendidos en el cuartel de los franceses, a causa de una escaramuza de los catalanes que les había causado grandes pérdidas. Unos cuantos de entre ellos, decidieron que estaría bien dar un escarmiento a la población, saliendo esa misma noche, con todo sigilo y penetrando en las casas, matar a cuantas personas pudieran sin reparar en su condición. Seguramente, esa acción enseñaría a los gerundenses quién estaba al mando en su ciudad y les quitaría las ganas de seguir combatiendo.

Y tal como lo habían pensado, cogieron sus armas y salieron a la calle con la furia en el alma.


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Las calles de la ciudad estaban sumidas en el silencio y la oscuridad. Nadie les había visto. Nadie más que ellos sabía lo que se proponían hacer. Nadie podría salvar a las personas que se habían propuesto matar.

Estaban ya preparados en las puertas de las primeras casas en que pensaban entrar cuando, de pronto, una de las campanas de la catedral empezó a tocar a rebato. Su sonido era más fuerte que nunca y parecía rebotar en todas las paredes de las casas y ampliarse infinitamente hasta llegar al último rincón de la ciudad.

Todas las ventanas se llenaron de luces, todo el mundo se preguntaba que pasaba. Los gerundenses salieron a las calles, miraban al campanario y, asombrados, gritaban: "¡ Es la Susana, es la Susana...!"-, que tal era el nombre que recibía aquella campana.

Cuando el párroco subió al campanario, vio que la campana se balanceaba sola, impelida por una fuerza infinitamente más poderosa que la de cualquier ser humano.

Nadie dudó de que aquel hecho extraordinario, había salvado a la ciudad de un terrible peligro, pero sólo se supo cual había sido, cuando uno de los soldados, conmovido por los sucesos de aquella noche, contó lo que se había tramado contra la población en el acuartelamiento de los franceses.

 
PostPosted: Sat Sep 09, 2006 11:34 pm
El padre sin cabeza
Eran aquellos tiempos de fusil de chispa, no tan distantes que digamos. Tiempos de oro y de alegría en que nuestros antepasados, libres del aprisionamiento fastuoso de la moderna civilización, vivían a su modo, pobre y humildemente, pero siempre contentos y alegres.
Nuestro pueblo, de labriegos sencillos formado, conservó de los conquistadores gallegos que vinieron de la Madre España en busca de oro y de tierras para aumentar el poderío del León Ibero, su amor entrañable al hogar, su fe religiosa y la sonsería peculiar que le hizo crédulo y creyencero.
A más de las fiestas de iglesia, que formaban lista en el año, nuestros abuelos celebraban con menos pompa, pero sí con más alegrías, dos festivales cívicos: el veintisiete de abril y el de la independencia, esto es, el aniversario del golpe de cuartel del general don Tomás Guardia y el quince de setiembre, adoptado en Centroamérica como fecha de la emancipación política de España.
El programa era corto: bailes populares al aire libre y repartición de licor; estallido de cohetes y bombas; gritos y, de cuando en cuando, algunos mojicones, por copa de más o de menos.
Y nuestros campesinos, todos guardaban su pala y el machete, limpiaban un poco sus manos, blanqueaban a fuerza de "eje", sus agrietados pies, y salían al anochecer a divertirse con sus respectivas familias, danzando al claro de la luz que despedían los faroles de canfín o los reverberos de manteca, y al compás de las músicas de las marimbas, acordeones y guitarras.
Y aquí entramos en nuestra relación respecto al suceso de la Calle del Cura.
Ñor Juan Rafael Reyes era el viejo más alegre del distrito de Patarrá y no perdía, por nada de este mundo, los festivales del veintisiete de abril y la independencia, que bastante tenía que sudar los demás días del año para atender a su manutensión y la de su familia, para no aprovechar la ocasión de echar una canita al aire.
En su caserío eran bastante recogidos, ajenos a todo, sólo pensaban en la quema de la piedra de cal que les daba, entonces, más que ahora, el sustento. Las fechas memorables pasaban casi inadvertidas, por lo que ñor Juan Rafael se veía obligado a ir hasta la villa para colmar sus ansias de fiesta. Allí era cosa de ver: las taquillas permanecían abiertas la noche entera; los vecinos principales iluminaban los frentes de sus casas; en la plaza pública el entusiasmo no decaía hasta rayar el nuevo sol y la ilustre Corporación Municipal solía disponer el reparto de "guaro" a todos los ciudadanos que vitoreaban al ciudadano presidente. Y esto entusiasmaba a ñor Reyes que, muy a pesar de sus años, que ya eran carga, gustaba de amanecer en vela, bailando a ratos, libando copas, mascullando su chicagre y enterándose en los corrillos de cuanto ocurría en el gran mundo y soltando de cuando en vez su gracejada, para no quedarse atrás con los cuentos, enredos y chistes, que los contertulios iban enhebrando como para amenizar el rato.
Acertó a caer la fecha de la independencia en domingo y desde luego la fiesta fue el sábado en la noche. Por las vísperas se saca el día, y para cumplir con el adagio popular, de antes y con antes comenzaba la alegría.
Ñor Reyes no prescindía de baja a la "suidá a marcar" su mantención, lo que hacía todos los sábados al amanecer y menos dejar de pasar a la parranda. Había que compartir la obligación con la devoción. Verdad es que podría ajilar por la calle de Dos Ríos y evadir así la atención de la villa, pero sólo una ves se celebraba al año la independencia y para el siguiente ya podía estar bajo tierra. Había que aprovechar la oportunidad, que por algo la suelen pintar calva. Ñor Reyes, --lo decía su mujer--, sería parrandero y bebedor, eso sí, muy cumplido con sus obligaciones. Compraba el "diario" y lo que quedaba libre, era lo que podía beberse en ron o guaro de la Fábrica Nacional. Y callendo y levantando, podía llegar ya al anochecer a su casa, pero con sus alforjas repletas, con provisiones para la semana. También lo decía: --Los almadiados todo lo pierden, menos la memoria.
Ella se lo perdonaba a su marido, porque en su "alacena" todo abundaba; porque nunca la hizo ayunar, excepto los viernes de cuaresma, --ya que era bien católico--; ni la obligó a solicitar prestado el puñadito de frijol ni de sal, o la jarra de arroz, como le sucedía a la Piedades, su vecina, que a más de la vigilia en que vivía eternamente por las largas y repetidas parrandas de su hombre, que le duraban hasta ocho días larguitos, solía recibir un ajuste de azotes. Y todo se puede aguantar, menos eso de que un "manguela" alce la mano contra su mujer.
Pues ñor Reyes salió aquel sábado muy temprano, caballero en su yegua rosilla, vistiendo los trapitos de dominguear, los de coger misa. Lucía su banda tinta, de seda, que le daba varias vueltas en la cintura, dejaba que las barbas salieran fuera del ruedo del chaquetón; no faltaba el pañuelo floreado al cuello ni la realera de puño de hueso y plata, compañera de los días de gran solemnidad.
Estuvo en la ciudad; hizo sus compras; provocó más de una risa sabrosota, con sus chistes y sus relatos, que salían de la boca como borbotones; sorbió sus copas de guaro nacional, más sabroso y más claro que el de "charral", según su opinión de buen bebedor y al atardecer dispuso el regreso, pasando por los "Samparados".
Ya preludiaban las marimbas y chisporroteaban los candiles, cuando hizo su entrada a la villa llevando sobre la albarda sus grandes alforjas bien repletas. En la casa del compadre ñor Pedro, el matador, amarró su rruca, sin desensillarla, dejó a buen recaudo las alforjas y su ramita de espino, que le servía de espuela y la varillit de anono que hacía de fuete y tras un saludo en que hacía recuento de la salud de todos los de la casa, se salió a comenzar la juerga, relamiéndose de gusto, porque no había dejado de salir sin sorber la jícara de chocolate con sus biscochos y embustes.
Bailó fandango y punto; sorbió copas; tuvo más de una disputa y pudo regresar a casa del compadre, sano y salvo, gracias a la intervención de algunos amigos. Allí le montaron en su bestia y lo pusieron en camino, tocándole el corazón, con el recuerdo de los suyos, que estarían en vela, deseosos de verle llegar. Y la bestiecilla cogió el trote, calle arriba...
Era la madrugada oscura y fría. Mientras el jinete dormitaba, dejando floja la rienda, la ruca trotaba. Bien sabía ñor Reyes que montaba en un animal manso, que conocía el trillo de la casa, como de memoria. Por eso se dejaba llevar, confiado y tranquilo.
Pasó por San Antonio sin novedad. Todo mundo dormía. Uno que otro perro ladró a su paso y vino a ahuyentar el sueño. Cuando cruzó el río Damas y entró en su jurisdicción, apuró la yegua el trote, porque ya estaba próximo el momento de probar bocado y quedar libre del aparejo, el jinete y la carga.
Próximo el recodo llamado "la Calle del Cura sin Cabeza". Alla se bifurca el camino y dan sombra los altos higerones. Era un sitio temido, porque decía el rumor popular que asustaban. Muchas historietas de aparecidos circulaban de boca en boca. Pero ñor Reyes ni era hombre de miedo ni padecía de nervios; más bien se envalentonaba cuando sorbía sus copas.
Frente a la plazuela, donde solamente se levantaba una casa de peones de la finca, vio una ermita. Se restregó bien los ojos, porque no tenía memoria de que allí hubiera existido esa construcción. Pero como para desvanecer sus dudas, repicó la campana llamando a misa. Y deseoso de enterarse por sus propios ojos de que no "eran visiones" ni cosa del otro mundo, se desmontó y entrose al templo, que estaba iluminado a media luz. Se hincó y se dispuso a oír misa. Todo fue muy bien, mientras el sacerdote no volvió la cara, para cantar el "Dominus Vobiscum" y se dió cuenta de que al padre le faltaba la cabeza. La impresión lo levantó como con resortes y lo hizo abrirse en estampida. Al pasar bajo el coro, oyó un ruido infernal y sintió que la campana le seguía repicando su badajo...¡No supo más!
Allí cerca, sobre el zacate, fue encontrado, sin sentido, por los carreteros madrugadores, que llevaban carga a la ciudad. Lo recogieron y lo trasladaron a su residencia, donde pasó muy malito algunos días. Costó que volviera en sí. hasta la pronuncia había perdido. Tenía que ser cosa mala la que vio, comentaban los familiares.
Pronto cundió la noticia del aparecido de la "Calle del Cura sin Cabeza". Los curiosos llegaban a inquirir detalles del suceso y se tejían los más variados fantásticos comentarios. El tío Melitón, que era muy ladino, definió el asunto: --Acechanzas del demonio; ñor Reyes había asistido a sus propios funerales, en castigo de sus pecados. Naturalmente, nunca más volvió a pasar en "deshoras" por ese camino. Si iba a la ciudad, rgresaba tempranito y por si tenía que viajar con carreta, para evitar que los bueyes se asolearan, madrugaba, pero siempre esperaba otros compañeros. Que dos hombres se valen mejor que uno solo.
La moralidad pública habría ganado mucho, ya que se consumía menos licor nacional en la villa, si se le ocurre a un vivo, llevar al barrio licor clandestino de Agua Caliente, evitando así el viaje a la villa, pasando por la "Calle del Cura sin Cabeza" en horas de la noche.
Han pasado muchos años; el suceso apenas si se recuerda; el trecho de camino conserva el nombre de la "Calle del Cura sin Cabeza", y la conseja del aparecido, sigue siendo como una lección de moral. Pero nadie escarmienta en cabeza ajena.
 

gineth


gineth

PostPosted: Sun Oct 01, 2006 10:38 am
El Tesoro de la Peña del Valle de Bravo
(Fragmento)
José Castillo y Piña

Desde hace mucho tiempo se ha venido contando de generación en generación y todas lo han creído al pie de la letra, en que la peña del valle de bravo hay enterrado un valiosísimo tesoro.

Refiérese que en tiempo de la guerra de independencia, los insurgentes perseguían a muerte a los españoles que por lo general, eran dueños de cuantiosas fortunas, extendidos latifundios y ricas minas de oro y plata en completa bonanza. He aquí la historia:

En el Valle de Bravo, poseedores de una gran extensión de tierra, había unos españoles sumamente ricos y que temiendo ser presa de los terribles guerrilleros, determinaron separarse de la nueva España para encaminarse a su patria; pero antes de hacerlo enterraron una cuantiosa fortuna en la Peña del valle.

Consumada la Independencia por el gran libertador D. Agustín de Iturbide y cuando él país comenzó vivir separado de la corona de castilla, aquellos españoles que Habían dejado sepultada enorme fortuna en la peña del valle, enviaron a 2 personas de su confianza a México para que encaminándose a la población del valle buscaran en la peña aquel tesoro; y para que con facilidad dieran con él les dijeron que encontrarían como señal un enorme clavo.

Aquellos españoles llegaron a México y ya en el pueblo del Valle y más aún en la peña buscaron con todo empeño y gran tenacidad la fortuna oculta; pero nunca la encontraron porque jamás dieron con el enorme clavo que les había dado como señal. Por lo tanto se tiene plena seguridad de que en los ricos del valle de bravo denominados la peña permanece aún ocultó aquel tesoro que dejaron escondido los riquísimos españoles.
 
PostPosted: Sat Oct 07, 2006 10:25 pm
"La Azucena del bosque"

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Hace muchos, muchos años, había una región de la tierra donde el hombre aún no había llegado. Cierta vez pasó por allí I-Yará (dueño de las aguas) uno de los principales ayudantes de Tupá (dios bueno). Se sorprendió mucho al ver despoblado un lugar tan hermoso, y decidió llevar a Tupá un trozo de tierra de ese lugar. Con ella, amasándola y dándole forma humana, el dios bueno creó dos hombres destinados a poblar la región.

Como uno fuera blanco, lo llamó Morotí, y al otro Pitá, pues era de color rojizo.

Estos hombres necesitaban esposas para formar sus familias, y Tupá encargó a I-Yará que amasase dos mujeres.

Así lo hizo el Dueño de las aguas y al poco tiempo, felices y contentas, vivían las dos parejas en el bosque, gozando de las bellezas del lugar, alimentándose de raíces y de frutas y dando hijos que aumentaban la población de ese sitio, amándose todos y ayudándose unos a otros.

En esta forma hubieran continuado siempre, si un hecho casual no hubiese cambiado su modo de vivir.

Un día que se encontraba Pitá cortando frutos de tacú (algarrobo) apareció junto a una roca un animal que parecía querer atacarlo. Para defenderse, Pitá tomó una gran piedra y se la arrojó con fuerza, pero en lugar de alcanzarlo, la piedra dio contra la roca, y al chocar saltaron algunas chispas.

Este era un fenómeno desconocido hasta entonces y Pitá, al notar el hermoso efecto producido por el choque de las dos piedras volvió a repetir una y muchas veces la operación, hasta convencerse de que siempre se producían las mismas vistosas luces. En esta forma descubrió el fuego.

Cierta vez, Moroti para defenderse, tuvo que dar muerte a un pecarí (cerdo salvaje - jabalí) y como no acostumbraban comer carne, no supo qué hacer con él.

Al ver que Pitá había encendido un hermoso fuego, se le ocurrió arrojar en él al animal muerto. Al rato se desprendió de la carne un olor que a Morotí le pareció apetitoso, y la probó. No se había equivocado: el gusto era tan agradable como el olor. La dio a probar a Pitá, a las mujeres de ambos, y a todos les resultó muy sabrosa.

Desde ese día desdeñaron las raíces y las frutas a las qué habían sido tan afectos hasta entonces, y se dedicaron a cazar animales para comer.

La fuerza y la destreza de algunos de ellos, los obligaron a aguzar su inteligencia y se ingeniaron en la construcción de armas que les sirvieron para vencer a esos animales y para defenderse de los ataques de los otros. En esa forma inventaron el arco, la flecha y la lanza. Entre las dos familias nació una rivalidad que nadie hubiera creído posible hasta entonces: la cantidad de animales cazados, la mayor destreza demostrada en el manejo de las armas, la mejor puntería... todo fue motivo de envidia y discusión entre los hermanos.

Tan grande fue el rencor, tanto el odio que llegaron a sentir unos contra otros, que decidieron separarse, y Morotí, con su familia, se alejó del hermoso lugar donde vivieran unidos los hermanos, hasta que la codicia, mala consejera, se encargó de separarlos. Y eligió para vivir el otro extremo del bosque, donde ni siquiera llegaran noticias de Pitá y de su familia.

Tupá decidió entonces castigarlos. El los había creado hermanos para que, como tales, vivieran amándose y gozando de tranquilidad y bienestar; pero ellos no habían sabido corresponder a favor tan grande y debían sufrir las consecuencias.

El castigo serviría de ejemplo para todos los que en adelante olvidaran que Tupá los había puesto en el mundo para vivir en paz y para amarse los unos a los otros.

El día siguiente al de la separación amaneció tormentoso. Nubes negras se recortaban entre los árboles y el trueno hacía estremecer de rato en rato con su sordo rezongo. Los relámpagos cruzaban el cielo como víboras de fuego. Llovió copiosamente durante varios días. Todos vieron en esto un mal presagio.

Después de tres días vividos en continuo espanto, la tormenta pasó.

Cuando hubo aclarado, vieron bajar de un tacú (algarrobo) del bosque, un enano de enorme cabeza y larga barba blanca.

Era I-Yará que había tomado esa forma para cumplir un mandato d e Tupá.

Llamó a todas las tribus de las cercanías y las reunió en un claro del bosque. Allí les habló de esta manera:

Tupá, nuestro creador y amo, me envía. La cólera se ha apoderado de él al conocer la ingratitud de vosotros, hombres. Él los creó hermanos para que la paz y el amor guiaran vuestras vidas... pero la codicia pudo más que vuestros buenos sentimientos y os dejasteis llevar por la intriga y la envidia. Tupá me manda para que hagáis la paz entre vosotros: iPitá! iMoroti! ¡Abrazaos, Tupá lo manda!

Arrepentidos y avergonzados, los dos hermanos se confundieron en un abrazo, y tos que presenciaban la escena vieron que, poco a poco, iban perdiendo sus formas humanas y cada vez más unidos, se convertían en un tallo que crecía y crecía ...

Este tallo se convirtió en una planta que dio hermosas azucenas moradas. A medida que el tiempo transcurría, las flores iban perdiendo su color, aclarándose hasta llegar a ser blancas por completo. Eran Pitá (rojo) y Morotí (blanco) que, convertidos en flores, simbolizaban la unión y la paz entre los hermanos.

Ese arbusto, creado por Tupá para recordar a los hombres que deben vivir unidos por el amor fraternal, es la "AZUCENA DEL BOSQUE".  

Glam desquicio


Yeardley
Captain

PostPosted: Mon Oct 09, 2006 10:44 pm
nunca habia oido esa
 
PostPosted: Tue Oct 10, 2006 8:21 pm
estan muy interesantes, en lo personal soy una fanatica de la historia y las leyendas, asi que pronto traere unas que estan re buenas wink  

-Rakitaru-


Yeardley
Captain

PostPosted: Wed Oct 11, 2006 12:36 pm
me parece bien 3nodding
 
Reply
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