Es una historia que tengo en proceso desde hace más de dos años... Espero que les guste ^^

I

Una vez más suena el despertador. De un manotazo, apago ese irritante e incesante pitido que me hace enfrentarme a mi realidad. Me paso la mano por la cara, intentando despejar el sueño y me levanto. Me acerco sigilosamente al cuarto de mis padres. Mi padre ya se ha ido a trabajar y mi madre sigue durmiendo en su cama, abrazada a la botella de bozca; como siempre. Reparo en el cuarto de mi hermana, que duerme despreocupadamente, enredada en sus sábanas rosas. Le coloco bien las sábanas, y le paso la mano por el pelo rubio y largo. Me dirijo al baño, y me ducho con agua fría. Por las mañanas es lo que mejor me sienta. Después de la ducha, me miro al espejo, y me contemplo. Apenas tengo dieciséis años y mi piel es más bien pálida, facciones suaves y bien definidas… pero lo que más me llama la atención son los ojos; negros, negros y profundos como pozos. A duras penas sí se logra distinguir la pupila del resto del iris. Sacudo la cabeza, me paso la mano por el pelo, de poco más de un dedo de largo, rubio claro y rebelde; intentando doblegarlo, y me voy a mi habitación. Me visto, como siempre, de negro. Los vaqueros negros, camiseta ancha y una sudadera con capucha; de calzado, las deportivas. Cojo mi cartera, prácticamente vacía: un par de libros, un cuaderno y el estuche. Lo demás está en el instituto. Bajo a la cocina, y cojo un par de galletas, mi desayuno. El día se presenta gris, triste y húmedo… pero no es más que un día más en mi monótona vida. Saco el MP3 de mi mochila, lo escondo bajo la sudadera, y empiezo a escuchar Fort Minor. La canción “Remember the Name” empieza a inundar mi mente mientras camino calle abajo. Me coloco la capucha sobre la cabeza, y ando mirando al suelo, vocalizando las palabras de la canción. Mi madre me dice que debería coger el autobús para ir al colegio, porque andar sólo por la parte marginal de Nueva York es peligroso. Sí, porque aquí vivimos, en las zonas marginales, a pesar de que yo no me puedo quejar. Mi madre es modelo y gana lo suficiente para mantenernos a todos, y tener una casa decente, pero en ocasiones la hacen posar desnuda y esas cosas, por lo que tiene depresiones porque la gente la tacha de puta. Además, ése no es el único problema. Mi padre la pega, y no sólo a ella, también a mí, y de no ser por mí también pegaría a Mary, mi hermana.
El timbre del instituto me saca de mis pensamientos. Ya he llegado. Apago el MP3 y me voy a clase. No somos muchos en mi clase, apenas dieciocho personas, pero somos los suficientes como para ser el calvario de los profesores. Según ellos, somos la peor clase de 4º de la ESO. Aunque yo no me incluyo, siempre he estudiado y sacado buenas notas, y sinceramente, evito meterme en líos, al menos con los profesores. El problema es el resto, todos forman una pandilla, que desgraciadamente, son los más populares del barrio y por tanto se creen mejores. A mí me dejan tranquilo, por suerte. Creo que se debe a mi facilidad de pasar desapercibido… o a mi don. Sí, nuestra clase siempre ha sido problemática. Tan sólo yo y dos más somos los que no causamos problemas. Uno de ellos es George, el empollón de clase, que pertenece al grupo por la simple razón de que necesitan a alguien que les haga los deberes. La otra persona es Amy. Amy Daniels, una chica extraña, pero que incluso diría que guarda cierto parecido conmigo. Nunca se la ve por la calle, y nadie sabe nada de su vida, no tiene amigos, aunque tampoco parece que los necesite. Además es muy discreta. Siempre viste pantalones anchos y camisetas de manga larga, excepto en verano, la única época del año en la que puedes verla en tirantes. Nunca habla con nadie, se pasa los recreos buceando en su propio mundo y sumergida en su propia música. Yo en el colegio sólo tengo dos amigos, Taylor y Duncan. El último es un chico de raza negra, con el pelo recogido en forma de pequeñas trencitas, que se sujeta en una coleta. Un auténtico rapero de pies a cabeza, pantalones y camiseta anchos, cadenas de plata, cordones…Taylor es moreno de ojos azules, y bastante popular entre las chicas. Todas quieren liarse con él, aunque en realidad es al revés. Además es muy aficionado al tuning y tiene un coche precioso. Un Toyota Célica color negro con tribales rojos, al igual que los accesorios. Es realmente una pasada, y me pregunto qué chica no se morirá por subir en ese coche… bueno, sí hay una, Amy.
El profesor Wales entra en clase, y su presencia pasa tan desapercibida como siempre. Da un par de golpes en la mesa, y consigue relajar un poco el ambiente. Mientras el señor Wales ordena sacar los libros de historia, los chicos aún se tiran bolitas de papel y las chicas se pasan artículos de maquillaje bajo la mesa, o notitas escritas a mano sobre el chico con el que han o no han estado… Las clases prosiguen, y con ellas el tiempo.

A la salida, intento salir el primero, hoy tengo prisa. He quedado con Taylor y Duncan y no puedo faltar. Esta vez sí, me cojo el autobús: un vehículo viejo y chirriante que está al servicio las veinticuatro horas del día. Me siento en los últimos bancos, saco un cuaderno y un lápiz, y cargo los últimos ritmos que Duncan me ha dado en el MP3. Siempre he sentido pasión por el rap. Además siempre se me ha dado bien rimar e improvisar. Es por mi “don”. Es algo con lo que nací. Siempre han ocurrido cosas extrañas en mi casa y a mí alrededor. Al principio sólo era cuando estaba asustado o enfadado. Cosas como vasos que estallan sin razón aparente, bebidas que salen disparadas hacia arriba, la televisión explotando… cosas así. Al principio me ocurría muy a menudo, ahora sé controlarme. Y sé que puedo hacer lo que quiero cuando quiero. Porque puedo controlar mis “poderes” por llamarlos de alguna forma.
Cojo el lápiz y empiezo a escribir pequeñas estrofas que riman entre sí. En menos de cinco minutos tengo la primera hoja del cuaderno llena. No hace mucho que me di cuenta de que era capaz de “introducirme” en las mentes de los demás, de percibir sus sentimientos y sus emociones. Y luego aprendí a hacerlo con las masas, con grupos de varias personas. Ahora soy capaz de saber lo que siente una multitud de al menos cincuenta personas.
Por fin para el bus, y me bajo en la parada, justo en frente de mi casa. Un chalet, de dos pisos, no es muy grande, pero es mejor que nada. Suficiente para que vivamos mis padres, mi hermana y yo. Abro la puerta con la llave y entro.

- ¡Gabri! – dice Mary, corriendo hacia mí.
- ¡Hola mi princesa! – digo cogiéndola en brazos. - ¿Cómo estás?
- Bien – me dice ella con una sonrisa inocente.
- ¿Sí? ¿Lo has pasado bien en el colegio? – le pregunto frotando mi nariz con la suya.

Ella sonríe pícaramente, y me mira con sus dulces ojos castaños mientras asiente con la cabeza. La dejo en el suelo, y se va corriendo a su habitación. Sólo tiene cinco años, pero es muy lista y enérgica.

- Gabriel… - oigo que la áspera voz de mi madre me llama desde la cocina.

Entro en ella, y la veo. Pelo largo, hasta la cintura, moreno y muy oscuro. Medidas perfectas y ojos azules. Mi madre es una modelo, y posa para las fotografías de diversas marcas y revistas. Pero sin embargo, no tenía nada que ver la Ángela Dawson que salía en la portada de una revista, con mi demacrada madre. Absolutamente nada.

- Hola – saludo mientras dejo la mochila en la silla.
- Te he dejado la comida encima de la nevera. Caliéntala si quieres, se ha quedado fría. – me dice sin apartar la mirada de la tortilla que se está preparando.

No me la caliento. Unos macarrones con salsa de tomate: prefiero comérmelos fríos.

- ¿Vas a salir esta noche? – dice ella, clavando sus ojos azules en mí.
- Sí. Taylor, Duncan y yo vamos a… hacer unas cosas. Seguramente llegue a cenar, pero a lo mejor tardo un poco– le digo.

La verdad es que no sé por qué aún la doy explicaciones de lo que hago o dejo de hacer. Nunca me las pide, y le da igual lo que haga mientras llegue a casa para cenar. Ella se limita a asentir, y se sienta en la mesa mientras se toma su tortilla. Apoya la cabeza en la mano libre y clava su demacrada mirada en el plato. A su lado reposa una botella de cerveza.

- Mamá, deja de beber, por favor – digo arrebatándole la botella medio vacía.
- Gabriel déjame en paz, no estoy de humor – me dice mientras me arrebata la botella de nuevo.
- ¿Eso es lo que quieres que aprenda Mary? – le contesto, furioso. Me duele hablarle así, pero no puedo hacer nada por que deje su adicción a la bebida.
- Deja de decirme lo que he o no he de hacer. Además estoy perfectamente – me dice sin elevar la voz.

Suelto un bufido, cojo las llaves de mi casa y el MP3 y me voy de la cocina con un breve “Hasta luego”.
Duncan y Taylor ya me esperan en la parada del autobús como siempre. Me acerco a ellos con un gesto de la mano, y ellos se levantan.

- Hola Gabri
- Hola tío
- Hola… - les digo, sin mucha emoción.

Duncan suelta un bufido.

- ¿Otra vez has discutido con tu madre no?
- Más o menos… - digo encogiéndome de hombros.
- Bueno… ahora ya sabes lo que toca, esta noche tienes que hacerlo bien, y la pasta será tuya. – me dice Taylor pasándome el brazo por el hombro.
- Tranquilo… lo haré – le digo con una sonrisa amistosa.
- ¡Ese es mi Gabri! – me dice frotándome los nudillos contra el cráneo.

Estuvimos toda la tarde dando vueltas por la ciudad, hasta que se puso el sol. Cogimos el destartalado autobús de siempre, y nos fuimos a los barrios bajos. El bus paraba delante de un local, llamado “Lost sensations” que por supuesto, es un sitio donde los chavales vamos a cantar rap. El lugar está atestado de gente que baila, grita y aplaude a los participantes. Todas las noches algunos cantantes se apuestan dinero a que su canción gustará a la gente más que las demás. No es la primera vez que participo, pero no suelo hacerlo a menudo, a no ser que realmente la cantidad de dinero merezca la pena. Duncan coge un micrófono y sube al escenario. Él es el que presenta a los concursantes.

- ¡HOLA, HOLA, HOLA! ¡VAMOS A DAROS CAÑA A TOPEEEEEEEE! – grita él.

La multitud le contesta con una grito enloquecido. Taylor y yo nos sentamos en la barra, y vemos a Duncan y a los concursantes, hasta que nos ponemos de hablar de tuning o de tías, mientras nos bebemos unos chupitos. Yo no estoy muy acostumbrado a beber, así que intento moderarme, especialmente si esta noche me toca cantar. Vemos como la multitud se mueve al son de la música… me parece distinguir una curiosa figura vestida de blanco, pero no podría asegurarlo… Después de cuatro concursantes, Duncan me hace una señal desde el escenario.

- ¡Mételes caña tronco! – me anima Taylor.

Choco mi mano con la suya, y me acerco a la plataforma. Cuando estoy arriba, Duncan dice.

- Ya sabes tronco, dos mil – me dice tendiéndome su mano. Me hurgo los bolsillos en busca de un fajo de billetes, y se los pongo en la mano.
- ¡Muy bien, muy bien! ¡Hasta ahora todo esto ha estado muy bien! Pero dejad que os presente al arcángel portador del espíritu del rap. Alguien que sí que sabe lo que es rimar. ¡A nuestro ángel caído! ¡Gabriel! – dice pasándome el micrófono. La multitud grita y da botes histéricos.
- Suerte tío – me dice.
- Gracias Duncan
- Y una cosa… - se acerca a mi oído-… acuérdate de mí cuando ganes, ¿de acuerdo?

Me deja sólo en el escenario, si descontamos al Dj. La multitud grita esperando el espectáculo. Me concentro en mi poder… están en cierto modo aburridos, buscan algo chocante, algo que les ponga los pelos de punta. Algo rítmico con lo que vibrar. El ambiente está cargado, pero no lo suficiente, y algunos hasta piensan en marcharse… el ritmo comienza a sonar… me muevo al son de la música, concentrándome en las palabras… me quito la capucha, dejando mi cara al descubierto, y oigo a lagunas chicas gritar… y empiezo a cantar.

Miro al espejo una vez más
Espero encontrar quizás
Algo que rompa mi monotonía
Pero observo lo mismo cada día

Mi cara triste y gris
De mi alma perdida
Que agoniza día a día
¡DECIDME LO QUE VEIS!

¿Y qué? Me da igual
Recorro cabizbajo la calle
Sólo espero llegar al final
Y que este puto murmullo se apague

Miro atrás, la oscuridad
De mi puta vida que intento dejar atrás
Corro, huyo, grito y empiezo a sangrar
La puñalada de la verdad
Me traspasa una vez más
¡Una vez más!


Noto como el entusiasmo se apodera de la sala. Miro a la multitud con mis ojos negros… quieren más.

Veo a la gente pasar, indiferente
Fantasmagórica presencia
Mi mente distante,
Ausente…

Subo al escenario una vez más
Os hipnotiza mi cantar
Vuestras almas me responderán
No os podréis negar
¡JAMÁS!

Veo a la gente gritar
Mi nombre alabar
Mañana ya no me recordarán
Pero, ¿y qué mas da?
Un fantasma del pasado, nada va a cambiar.

Miro atrás, la oscuridad
De mi puta vida que intento dejar atrás
Corro, huyo, grito y empiezo a sangrar
La puñalada de la verdad
Me traspasa una vez más

¡Una vez más!
Me miro al espejo…
¡Una vez más!
Espero encontrar…
¡Una vez más!
Algo que rompa mi monotonía…
¡Una vez más!
¡LO MISMO CADA DÍA!


Mi grito les hace gritar y brincar como locos

Miro atrás, la oscuridad
De mi puta vida que intento dejar atrás
Corro, huyo, grito y empiezo a sangrar
La puñalada de la verdad
Me traspasa una vez más
Miro atrás, la oscuridad
De mi puta vida que intento dejar atrás
Corro, huyo, grito y empiezo a sangrar
La puñalada de la verdad
Me traspasa una vez más
¡UNA VEZ MÁS!


El Dj termina el ritmo, y la multitud comienza a aclamarme enfurecida. Duncan sube al estrado, y le paso el micrófono.

- ¡Siempre dije que lo bueno queda mejor al final! – dice pasándome el brazo sobre los hombros. – Pero ahora llega la hora de la verdad. Tenéis que decidir quién se queda con toda esta pasta.- dijo moviendo un enorme fajo de billetes en el aire – Muy bien, muy bien… a ver, ¿qué me decís de nuestro primer concursante?

Duncan señaló a un chico, poco mayor que yo que levantó los brazos aclamando aplausos. La multitud le aplaudió, pero esos aplausos traducidos a mi idioma significan “buen intento”.

- Vale, ¿qué pasa con el segundo concursante?

La gente vuelve a aplaudir, pero no con mucho más entusiasmo que con el primero. El tercero y el cuarto no tuvieron mucha más admiración.

- De acuerdo, sois un público difícil, ¿eh? ¿Pero que me decís de nuestro Fallen Angel? – dijo levantándome el brazo izquierdo.

La multitud aplaudió, gritó, saltó… en pocas palabras, enloqueció. Los otros cuatro concursantes bajaron del escenario, cabizbajos, uno de ellos enfurecido. Duncan me deja la pasta en la mano. Y yo empiezo a contar. Casi diez mil dólares en una noche. Digo “casi” porque agarro mil dólares, y se los pongo en la mano a Duncan.

- ¡Guay, guay, guay! ¡Fijaos en esto! – dijo levantando el dinero en el aire- ¡Esto es lo que se llama “mutuo respeto”!

Río para mis adentros, y despido a la multitud con un gesto. Taylor me espera junto a la puerta de salida. Cuando me ve empieza a gritar

- ¡FALLEN ANGEL! – y aplaude. Y cómo no, la multitud le imita…

Salí de allí envuelto en vítores, apretujado por la gente. Sin embargo había una figura que no se movía. Estaba sentada en una silla, con su pelo recogido en una trenza larga, vestida con una sudadera blanca y un pantalón beige. Su cara estaba apoyada en su rodilla, y me miraba con una imperturbabilidad sobrecogedora. La visión fue momentánea, en seguida la multitud me impidió verla bien. Una vez fuera, el aire frío me supo a gloria, comparado con el aire viciado del interior del local. Taylor se abalanzó sobre mí, frotándome de nuevo los nudillos contra la sesera.

- ¡Eres el mejor Gabri!

Me consigo liberar de su abrazo, y me paso la mano por el pelo, intentando inútilmente arreglarlo. Duncan me hace una señal desde el escenario, que a duras penas se ve entre la gente… se tiene que quedar a dar espectáculo, así que no vendrá con nosotros. Taylor y yo conseguimos deshacernos del gentío, y nos dirigimos calle abajo. La humedad y el frío se hacen con el ambiente de la ciudad, haciendo que saliese vaho de la boca de Taylor… y digo de la suya, porque de la mía no sale vaho. Además ni siquiera tengo frío, estoy a temperatura ambiente, como siempre. Mi cuerpo tiene una gran facilidad de autorregular su temperatura, aunque creo que se debe a mis poderes…

- ¡Joder tronco! ¿Eres una nevera o algo así? – se burla Taylor dándome un golpe amistoso en el brazo.

Me limito a sonreír y encogerme de hombros.

- Ya sabes cómo soy. – le digo
- Sí… eres raro raro raro. Desde luego. Único en tu especie… - me dice riendo.
- No lo jures… - comento por lo bajo…
- Oye, tengo que ir a casa de mi madre, que tiene problemas con su pierna y tengo que ayudarla. – dice señalando la calle de la izquierda.
- Vale tío. ¿Nos vemos mañana? – le digo chocando su mano.
- Claro… Cuídate… - dice desviándose del camino.

Yo me coloco la capucha sobre la cabeza, vuelvo a encender el MP3 y me lo escondo bajo la sudadera. Ahora camino todo recto, calle abajo, escuchando “The Only” de Static-X. No puedo evitar mover los labios mientras suena la música, imaginándome que soy yo el que canta. Camino sumido en mis pensamientos, escondido bajo mi capucha. Y de repente, mi sexto sentido se activa… alguien me está siguiendo. Escruto cada rincón del oscuro callejón, pero no veo a nadie. Me doy la vuelta… ni un alma… sin embargo la sensación sigue ahí, y nunca me falla. Cada vez que la tengo, es cierto que alguien me sigue o que va a ocurrir algo. Vuelvo a darme la vuelta, y mi mirada rebota contra la de una chica, que me da un susto de muerte.

- ¡Joder! ¿Es que quieres que me de un infarto? – le digo.

No la había oído ponerse ante mí. Sin embargo, la observo con curiosidad, y caigo en la cuenta de que es la misma figura que había visto en el local. Vestida con un pantalón beige, el pelo recogido en una trenza larga, y una sudadera blanca, también con capucha. Me miraba con una media sonrisa y una mirada complacida. Entonces la reconocí. Era Amy.

- No. Sólo quería verte de cerca – me dice. Su voz es fría como la escarcha.
- ¿Y para eso tienes que aparecer sin avisar, y a un palmo de mis narices? – le pregunto.
- Si.

Me choca la respuesta.

- Bonita actuación, quería felicitarte, tu canción me ha impresionado. – me dice ella.
- Gracias… - digo yo. Me inquieta la manera en la que me observa…
- Nada. Te veré mañana en el instituto, supongo. Adiós. – dice colocándose la capucha sobre la cabeza y retirándose.

Me ha dejado bastante impresionado esa forma de actuar en una chica. A medida que se aleja, y a pesar de su ropa ancha, me doy cuenta de que tiene un tipo atractivo… sacudo la cabeza, y sigo andando. Es una chica realmente extraña. Sigo caminando, hasta la parada del autobús, y vuelvo a subirme al cachivache metálico y chirriante. Tarareo canciones mientras el tétrico paisaje urbano pasa ante mí. Sin embargo, me siento extraño después de haberme encontrado con Amy. No entiendo el por qué, pero me resulta extraño que una chica tan sumamente reservada, se me plante delante de pronto, con una seguridad y una convicción en sí misma que no aparenta tener…

Por fin llego a casa. Se me ha pasado la hora… las luces de mi casa están dadas. Mi padre ha llegado, veo el castigado Ford Fiesta de mi padre aparcado de mala manera en la acera. Entro en casa, y a recibirme sale mi padre, tan rubio como yo, de ojos castaños, pero enrojecidos, del alcohol. Su cara rebosa ira y apesta a wiski barato. Ha vuelto a beber.

- ¿De dónde coño vienes? – me grita.
- De la calle…
- ¿Sabes la hora que es niñato de mierda? ¡CONTESTA! – me dice agarrándome por la sudadera.
- Si… - murmuro, intentando no mirar su desfigurada expresión. Escucho a mi madre acercarse.
- ¡Déjale en paz, yo le he dado permiso para que venga tarde!- dice ella.

Sin previo aviso, mi padre le suelta un guantazo en la cara.

- ¡Tú cállate! ¡Así está tu hijo! ¡MÍRALE! ¡Un fracasado, mírale bien! ¡El mismo camino que tú estás recorriendo! – le grita.

Consigo escapar de sus garras, pero me agarra del cuello, y empieza a apretarme sin piedad. Suelto un gemido de dolor mientras noto sus uñas clavándose en mi carne. Cierro los ojos con fuerza, y siento que algo se desata en mi interior y me esfuerzo por controlarlo… la botella de mi padre estalla sin previo aviso, pero a él no parece importarle.

- ¡Déjale de una puta vez! – le grita mi madre, pegándole en la espalda.

Él me empuja contra la escalera, haciéndome caer al suelo, y agarra a mi madre mientras la pega puñetazos sin piedad. Ella grita de dolor, y yo me levanto y me enfrento a mi padre. Consigo atinarle un puñetazo en el estómago, pero él es más fuerte que yo. Me agarra de la nuca y me pega un violento puñetazo en la cara. Caigo al suelo de nuevo, y aprieto los dientes para no emitir quejido alguno. Siento que me sangra la nariz, y la parte golpeada se me ha insensibilizado… Mi padre se coloca bien la camisa, y se va con un paso inseguro al sofá, donde se sienta a ver la tele. Me levanto, palpándome la cara, y ayudando a mi madre a levantarse. La subo arriba, a mi cuarto, y se queda allí, llorando sobre mi cama. Me acerco al baño y me miro al espejo. Tengo el pómulo derecho enrojecido y dolorido, además de un hilo de sangre que me sale de la nariz. Se pueden ver las marcas de los dedos de mi padre en el cuello. Me lavo la cara, y me curo la nariz como puedo… luego voy a mi habitación. Mi madre se ha quedado dormida. No quiero despertarla, y tampoco es la primera vez que tengo que dormir con Mary. Entonces la oigo, sollozando, escondida bajo su cama. Me agacho y allí está, encogida sobre sí misma.

- ¿Mary? – pregunto.
- He oído gritos y tenía miedo… - me dice llorando.

Le ofrezco mi mano para ayudarle a salir. Consigo acostarla, pero ella me mira con detenimiento.

- ¿Qué pasa? – le digo con una sonrisa triste.
- Que no me gusta que papá te pegue, y que mamá llore… - me dice.

Yo me siento junto a ella y abro los brazos. Ella me abraza, y siento cómo empieza a llorar. Yo la intento consolar. Murmuro una canción para que se tranquilice. Una canción que solía cantarnos mi madre hace tiempo, de la cual sólo recuerdo la melodía. Finalmente, siento que se queda dormida en mis brazos. Me acuesto junto a ella, y dejo que el sueño me invada. Desde la habitación de Mary, escucho la televisión encendida, que ilumina tenuemente el pasillo y las escaleras… mi padre ha vuelto a quedarse dormido en el sofá.
Pienso mientras espero que el sueño venga a mí, que estoy harto de estar todos los días con la misma canción, harto de ver a mi madre hundiéndose cada vez más en su agujero y harto de ver a Mary triste todas las noches. Pero ante todo, estoy hasta los cojones de mi padre, de un puto borracho de mierda que no nos deja vivir en paz… por fin el sueño me encuentra, y me quedo dormido.

Al día siguiente me despierto un poco antes de mi hora. Me he dormido con la ropa puesta, ni siquiera me he quitado las deportivas. Me levanto, siento en el bolsillo el abultamiento del fajo de billetes. Me voy a mi habitación, y me escurro debajo de la cama. Un parte de la moqueta está hueca, y ahí escondo las cosas que no quiero que mi padre encuentre. El dinero no es más que un ejemplo. No sé cuánto tendré ahorrado, pero espero que lo suficiente para poder marcharme de casa, y si es posible, llevarme a Mary cuando cumpla los dieciocho. Pero faltan dos años para eso. Por lo menos…
Me meto en el baño y me ducho, como siempre con agua fría, para despejarme. Al salir veo mi reflejo en el espejo. Un moratón del tamaño justo del puño de mi padre me recorre el pómulo derecho, y en el cuello aún están las marcas de sus dedos. Me paso temerosamente la mano. En mi piel pálida, los golpes y los moratones se notan más que en nadie, pero no me importa. Cierro los ojos, inspiro hondo, y siento que un cosquilleo me recorre por entero. Cuando los abro, el moratón ha desaparecido y de las marcas del cuello no hay ni rastro. Sigo contemplándome en el espejo, y llego a la conclusión de que nunca encontraré algo que rompa mi monotonía…